lunes, 13 de abril de 2015

Carcelen y los colores del país al desnudo



Como una nueva convocatoria la calle se viste de colores; vuelven a resurgir los poemas pintarrajeados al apuro en las paredes de esta franciscana ciudad; la gente se torna tumulto, toma en sus manos la decisión de darle un nuevo ajuste a la propuesta que hace poco nos parecía definitiva. Es el tiempo que reverbera en los alucinados ojos de los protagonistas y que se tornan instantáneas de la vida que fluye a borbotones. Nada es inamovible, nada es eterno a pesar de todos los discursos de que permanecerán cien años. Solo la imaginación tiene la posibilidad de reconstruirse para pergeñar aquello que deseamos.

Vuela la loca ilusión para volverse acción, trazo decidido, color del grito que es sofocado por la lluvia o el volumen de la propaganda. Aquello que pasa en la calle es el laboratorio de lo que sucede en la vida, en vocación por la irreverencia de esos personajes anónimos que construye la historia.


El mar, retorcido por las manos de una lavandera, surge vigoroso en la plástica de Alberto Carcelén; un juego, una propuesta de contraste mirados siempre desde el asombro y el color. Una constante búsqueda desde la orilla de los otros va llenando el lienzo de aquellos tonos con los cuales se hace la vida, el naranja, el bermellón, el azul, el amarillo y el lila copulan en una orgía interminable para saturar sus cuadros de un grito, un poema, una forma de existir. Peces dorados que guardan el secreto aroma de mar, betuneros como cronistas de las calles, mujeres con su sensualidad que hacen inagotable la vida, mendigos que arrogan su desprecio a los transeúntes, acordeonistas ciegos que tañen las notas de su noche eterna en el asfalto de la indiferencia; vendedoras ambulantes con los productos a ser confiscados por los guardias municipales; jóvenes con el rostro cubierto enfrentando a la fuerza represiva del poder; marginales a punto de romper los límites y las estanterías. 

Los cuadros de Alberto Carcelén esa otra dimensión que no caben en los libros de estadísticas ni en los de historia. Es el pueblo llano; los príncipes de la pobreza y el arrabal, son los que justifican todos los programas de mejoramiento de las condiciones de vida ideado por los tecnócratas. Pero estos (los tecnócratas), nunca conocerán el secreto de la vida, nunca llegarán a entender la estética de los excluidos, por más que aplican las más novedosas técnicas para descifrar la realidad; esta, siempre se les escapará de sus perfumadas oficinas. Pero Carcelén la capta, con su asombrosa paciencia para delinear la rabia, con su paleta rastrillada con los colores de la cotidianidad plasma, una tras otro, a los personajes de esta obra bufa.


Una vieja cartulina, fechada en julio de 1974, da cuenta de sus inicios; apenas son legibles algunos apellidos de aquel jurado que le jugó la mala pasada de afirmarlo en esta pasión. Son cuarenta y un años de regar frente al lienzo en blanco; y, ha visto tanta vida y tantos rostros y tantos jóvenes que se hicieron viejos de la noche a la mañana.

Pero persististe, Alberto persististe con esa injustificada terquedad de los que atesoran la esperanza como única puerta escapatoria; es que, o nos fugamos todos a no es posible el sueño, así de simple y de complejo es el asunto. Y Carcelén afila sus lápices y aguza su mirada esperando impasible la llegada de la estampida; mientras tanto, dibuja una arquitectura inverosímil, aquella en la que en la que subvierte el orden y la gravedad, pues no existe morada que dibuje sin que se note la solidaridad que rebasa sus paredes. A medio camino, cambia de armamento, toma las acuarelas y profana el árbol de la vida y de los sentidos; y dibuja mujeres desnudas en medio de la hojarasca inútil de los convencionalismos y caracoles misteriosos que pasan raudos como un símbolo sexual y guitarras descomunales ante los brazos avariciosos de los musicantes y jaguares surrealistas y águilas arpías que baten sus alas ante el desmedido precepto del desarrollo. Todo eso se arremolina en mi memoria cada vez que miro un cuadro de Alberto, el pintor, el organizador de lo imposible. Y todos los personajes de esta tierra en su sensual oración diaria por la vida. Negras, mulatas, blancas con ganas de blanquearse, cholas de todos los calibres, mujeres y hombres de la Amazonía; la sensualidad contraviniendo las normas del poder controlador.


Mientras modernos charlatanes venden el cuento del desarrollo, Alberto calcula su última celada, la que le permitirá vivir su logros y sus sueños; pues quien, en s sano juicio, posa para el olvido su mirada y su rostro de aire profano para ser plasmado en uno de sus innumerables retratos. Consiente y a salvo de la locura empacada en relucientes cristales, Alberto persiste en su pasión, en su forma particular de retratar la existencia.

Vigoroso el mar y sus infinitas tonalidades de azul, todos los matices del verde para abarcar la serranía; el país desnudo en su inocencia y orgullo, en esa dignidad que da inventarse los oficios, los centavos necesarios para calmar el hambre. No es pintura para las galerías y Alberto lo sabe por eso despliega su concepción de la historia en murales y paredes, recogiendo a los héroes que niega la patria. Esos hacedores vulgares de la realidad palpitante, de donde bulle el color, la música, la esperanza y la alegría. Conspirador del orden, enemigo de artificios y ornamentos; Alberto ejecuta trazos limpios, seguros sobre la superficie para dejar su huella, su firma, su arte.

          
  Se van a cumplir sesenta años del apresamiento de Rosa Parks, ciudadana negra, que en 1955, en Montgomery, Alabama, se negó a ceder su asiento de autobús a un pasajero lanco. Fue un simple acto de resistencia que dio inicio a la finalización de la segregación racial en EE.UU.; este simple hecho desencadenó una serie de reacciones en toda la población negar para impugnar aquello que estaba legalizado y que parecía inamovible. Es el mismo año en que nace Alberto con esa incalificable vocación para subvertir y cuestionar, para exponer y exponerse, para cuestionar y construir su propio mundo de colores a su imagen y semejanza. La trocar la pasiva contemplación monacal en una acción irrenunciable de pronunciamiento artístico a favor de los sueños y de aquello que soñamos; no como espejismo colectivo diagramado por los expertos; como sueños colectivo vividos y construidos por su protagonistas, pues eso son lo personajes que pinta Alberto: protagonistas de su propia derrota y de su vocación para despreciar las normas y las convenciones.



!! Saludos Alberto, por la vida, la pasión y la pintura!!

Pablo Yépez 




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