El socialismo del siglo XXI es un concepto que aparece en la escena mundial en 1996, a través del sociólogo y analista político alemán Heinz Dieterich. El término adquirió difusión mundial a partir de que el presidente Hugo Chávez lo mencionara durante un discurso en el V Foro Social Mundial, el 30 de enero de 2005.
Según su obra Socialismo del Siglo XXI, Dieterich determina un modelo de Estado que se inspira en la filosofía y la economía marxista, y que se sustenta sobre cuatro pilares: el desarrollismo democrático regional, la economía de equivalencias, la democracia participativa y las organizaciones de base.
Dieterich descubrió la aplicación práctica de sus teorías en la Venezuela chavista, gobierno del que fue asesor hasta 2007, momento en que cayó en desgracia para el régimen. A pesar de que varios gobiernos latinoamericanos mantienen como definición ideológica el socialismo del siglo XXI, tanto para bien como para mal, todos ellos han hecho renuncia de la mayoría de las tesis teóricas esbozadas por el pensador alemán.
A mediados del 2006, el presidente Chávez expresaba públicamente: «Hemos asumido el compromiso de dirigir la Revolución Bolivariana hacia el socialismo y contribuir a la senda del socialismo, un socialismo del siglo XXI que se basa en la solidaridad, en la fraternidad, en el amor, en la libertad y en la igualdad». Y con notable indefinición sobre su hoja de ruta proseguía: «debemos transformar el modo de capital y avanzar hacia un nuevo socialismo que se debe construir cada día».
Más tarde, el 8 de enero de 2007, Chávez le diría a la jerarquía eclesiástica venezolana durante el acto de juramentación de una recomposición de su gabinete: “Les recomiendo a los obispos que lean a Marx, a Lenin, que vayan a buscar la Biblia para que vean el socialismo en sus líneas, en el viejo y nuevo testamento, en el sermón de la montaña”. Este mismo día Chávez se definió también como trotskista e identificó al socialismo del siglo XXI como una doctrina que posee elementos ideológicos tan variados como el marxismo-leninismo, el trotskismo y el socialismo cristiano.
Para Chávez, el primer elemento sobre el que se articula el socialismo del siglo XXI es su vinculación con la práctica política que tuvo sus orígenes en la década de los 80 con el diseño de lo que vinieron a llamar el “árbol de las tres raíces”: raíz bolivariana –planteamiento afrancesado sobre la igualdad y la libertad, combinado con la visión regional de integración latinoamericana-; raíz zamorana –basada sobre la figura de Ezequiel Zamora, espíritu romántico de los liberales de su tiempo y combinado con fuerte reivindicación de reforma agraria-; y raíz robinsoniana –basada en la figura de Simón Rodríguez, tutor de Bolívar y uno de los precursores de la educación popular en América Latina-. El tronco de este “árbol de las tres raíces”, a su vez impregnado de marxismo, es el pilar sobre el que se sustentó inicialmente la ideología del proceso bolivariano y el socialismo del siglo XXI en Venezuela.
En medio de semejante “tutti frutti” ideológico, el presidente Chávez afirmaba que el primer socialista de la historia de la humanidad fue Cristo, y que por lo tanto el socialismo del siglo XXI debe nutrirse de las corrientes más auténticas del cristianismo.
Bajo el discurso del socialismo del siglo XXI, a Chávez le siguieron Evo Morales en Bolivia (enero del 2006) y Rafael Correa en Ecuador (enero del 2007).
Pero más allá del debate filosófico sobre la religión, hay varios elementos que marcan la diferencia entre el socialismo del siglo XXI y las diversas alternativas revolucionarias que se han ido construyendo a lo largo de la historia.
Remontándonos al pasado
Tras la muerte de Friedrich Engels (1895), el alemán Eduard Bernstein, considerado como el padre del revisionismo y uno de los fundadores de la socialdemocracia, plantearía entre otras cuestiones que el socialismo no se construiría como consecuencia de la toma del poder por parte de fuerzas revolucionarias, sino fruto de la acumulación de pequeños cambios producidos por la acción social dentro de los límites establecidos por las necesidades mismas del desarrollo económico. Bernstein entendía como fundamental combinar y armonizar las ventajas de una economía capitalista, prestando especial atención a las fuerzas productivas que el capitalismo genera, sin cuestionar la propiedad privada de los medios de producción, aunque sí contemplando una necesaria regulación estatal del mercado y la economía.
Si observamos las políticas propugnadas por los llamados gobiernos “revolucionarios” de Venezuela, Bolivia o Ecuador, podremos comprobar que en ningún momento dichos gobiernos han cuestionado al capitalismo, sino más bien se ha procedido a mejorar las condiciones económicas de los sectores más debilitados a través de fuertes programas asistenciales e incrementos salariales superiores a los desarrollados en la época neoliberal.
De igual manera, tras el neoliberalismo que dejó al Estado reducido a su mínima expresión, los gobiernos del socialismo del siglo XXI reconstruyeron dicho Estado, incrementando notablemente su intervención sobre el mercado y convirtiéndolo en eje motor de sus respectivas economías nacionales.
El presidente Correa resumía muy bien esta cuestión en referencia a su gestión: “básicamente estamos haciendo mejor las cosas con el mismo modelo de acumulación, antes que cambiarlo, porque no es nuestro deseo perjudicar a los ricos, pero sí es nuestra intención tener una sociedad más justa y equitativa” (El Telégrafo, 15/01/12).
Para Bernstein, las instituciones políticas creadas por el liberalismo eran un avance fundamental de la humanidad y los socialistas lo que debían hacer era mejorar dichas instituciones en lugar de cuestionarlas. El viejo socialdemócrata consideraba fundamental la permanencia del sistema parlamentario de representación, lo que en la práctica significó en Europa la imposibilidad de desarrollar políticas dirigidas a la consagración de la democracia participativa, radical y directa, hoy tan demandada por los movimientos contestatarios a la crisis actual.
A ese respecto, los gobiernos del llamado socialismo del siglo XXI –especialmente Bolivia y Ecuador- no han buscado fortalecer los niveles de autonomía, organización y participación de la sociedad en la toma de decisiones, como tampoco han desarrollado políticas de resignificación social de sus instituciones. En lugar de eso, estos gobiernos se han caracterizado por intentar controlar a través de políticas clientelares a las organizaciones sociales, anulando su anterior capacidad de movilización –por considerarla un factor de desestabilización política- y criminalizando la protesta social.
En contraposición, basta ver cómo el partido de gobierno en Ecuador procesa como metodología de selección para sus candidatos a legisladores ante el próximo comicio electoral, un mecanismo que combina la popularidad con los niveles de lealtad hacia su líder, ignorando procesos democráticos internos que pudieran contemplar mecanismos de primarias u otros por los cuales participe el conjunto de la sociedad.
De igual manera, la búsqueda del estado del bienestar por la socialdemocracia europea es confundida por los gobiernos del socialismo del siglo XXI con los objetivos plasmados en las Constituciones de Bolivia y Ecuador sobre la búsqueda del Buen Vivir (suma qamaña en Bolivia o sumak kawsay en Ecuador), ignorando así que el concepto del Buen Vivir nace en la periferia social de la periferia mundial carente de los elementos engañosos del desarrollo convencional que ha conocido el mundo industrializado.
En resumen, el llamado socialismo del siglo XXI no pone en cuestión ni la economía de mercado, ni la propiedad de los bienes de producción, ni tampoco el sistema de precios, con lo cual carece de elementos nuevos que merezcan destacarse, quedando lejos de la fórmula planteada por el marxismo de Mariátegui en la cual indicaba que “tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano”.
Es desde esos parecidos con la socialdemocracia europea desde donde se puede entender que los procesos latinoamericanos que se denominan a sí mismos como los más radicales, generen incongruencias en el ámbito del sector financiero privado como las siguientes:
En Venezuela, la Superintendencia de las instituciones del Sector Bancario (Sudeban) ha definido el pasado mes de abril a este período como “el mejor momento en su historia”, haciendo referencia a la situación actual de la banca. La Sudeban calificó con 71,67 puntos la salud de su sistema bancario, aplicando el método internacional de evaluación Camel, el cual toma en cuenta aspectos como: suficiencia patrimonial, calidad de activos, gestión administrativa, liquidez y rentabilidad. Así, los primeros siete bancos privados en ganancias, para abril de 2012, obtuvieron unos resultados netos de 4.951 millones de bolívares. Según fuentes oficiales, en julio del 2011 la banca privada había ganado ya un 81,7% más que en el mismo período del año anterior, pasando de 498,5 millones de dólares a mediados de 2010 a 846,2 millones doce meses después, todo ello a pesar de que la economía se había contraído un 7,1%.
En Bolivia, según datos de la Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero (Asfi) se revela que las utilidades que obtuvieron las entidades pertenecientes al sistema financiero a junio del 2011 fueron de 176,2 millones de dólares, superando en 7,88% las obtenidas por este sector durante toda la gestión 2010. Son 21 grupos corporativos, empresariales y de inversiones los propietarios de todo el sistema bancario boliviano.
En Ecuador, el crecimiento acumulado del sector bancario privado fue durante los tres primeros años de gobierno de Correa (2007-2009) un 70% superior al de los gobiernos neoliberales anteriores en el mismo período. En 2010 el sector bancario privado alcanzó un 15,4% de utilidades más que en el ejercicio 2009, y en 2011 un 52% más que en el ejercicio 2010, aproximándose sus utilidades a 500 millones de dólares.
Y similares incongruencias encontramos respecto al sector económico privado:
En Venezuela, el mismo presidente Chávez declaró el pasado 18 de mayo que el crecimiento del sector privado está por encima del público. Pero no solo es el sector privado el que más crece, sino que si consideramos el excedente de explotación venezolano, concepto que comprende los pagos a la propiedad (intereses, regalías y utilidades) y las remuneraciones a los empresarios, así como los pagos a la mano de obra no asalariada, veremos que este pasó de 49,02% en 1999 a 61,30% en el 2010. Es decir, los 400 mil empresarios existentes en Venezuela se llevan la mayor parte de la tarta, por encima del trozo que les corresponde a los 14 millones de trabajadores asalariados existentes (sumados trabajadores formales e informales). Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) de Venezuela y a pesar de las mejoras respecto al índice Gini en el país, tras más de una década de gobierno “revolucionario”, el 20% de los hogares con mayores ingresos económicos devenga el 45,56% del ingreso total, mientras el 40% de los hogares más pobres apenas se apropia del 15,1% del ingreso.
En Bolivia, hasta noviembre del 2011, las recaudaciones fiscales lograban un record histórico. Según el ministro de Economía y Finanzas, Luis Arce Catacora, el ingreso tributario más importante es el Impuesto a las Utilidades Empresariales (IUE), que representa el 24% del total de las recaudaciones impositivas. Dicho monto significa que prácticamente un cuarto de los ingresos de impuestos que recibe el Tesoro está generado por las utilidades proporcionadas por el sector privado. Arce se congratulaba de dicha situación indicando que “le está yendo muy bien al sector privado, porque están pagando grandes cantidades por el Impuesto a las Utilidades Empresariales. Y nos alegramos que les vaya bien a los empresarios privados, porque mientras sigan contribuyendo (…) a las recaudaciones tributarias, el país seguirá teniendo estos récords de recaudaciones impositivas”.
En Ecuador, tras más de cinco años de gobierno de la revolución ciudadana, 62 grupos económicos concentran el 41% del PIB, teniendo el sector privado un beneficio superior al 54% del que obtuvo durante los mismos períodos de gobiernos inmediatamente anteriores a Correa, los cuales eran de perfil neoliberal.
En resumen, el llamado socialismo del siglo XXI, carente como se puede ver del histórico concepto de lucha de clases, ha permitido que en sus respectivos países los sectores excluidos de la sociedad nunca estuvieran menos mal, y que sus grupos económicos poderosos nunca estuvieran mejor. Algo muy parecido al rol desarrollado en Europa por la socialdemocracia durante la segunda mitad del siglo pasado.
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